viernes, 15 de marzo de 2013

CUENTOS DE INÉS DE CUEVAS




Los derechos de autora de la imagen y diseño de la portada, así como los textos de este libro de cuentos, pertenecen a Inés de Cuevas


LA VELETA DEL TORREÓN

En el pueblo de Porallaquedó,
los  habitantes eran tan  intranquilos y raros,
que  al encontrarse en cualquier  esquina o calle,
se saludaban inclinando el  cuerpo hacia el lado  derecho,
hacia el lado izquierdo, hacia adelante  o hacia atrás;
haciendo una venia, dando volteretas o danzando sin parar...  
Claro, todo  dependía del rumbo que  llevara el viento.  
Por  eso, antes de saludarse miraban fijamente al torreón
de la antigua  fortaleza.


Era que en lo alto de esa torre había un  pentagrama y,
cuando el gallo cantaba, las notas volaban
metiéndose por las rendijas de las puertas
o de las ventanas, y barriendo las calles del poblado, los techos de las casas,
los bancos de la plaza, el césped de los jardines,
los cables de la electricidad, las copas de los árboles...
 y,  paremos de contar.

Cierto día llegó a Porallaquedó  un circo con muchos animales y payasos.

Los niños y las niñas mostraban vivo interés
por las cosas que había bajo la carpa de colores,
 pero todo dependía del pentagrama, o por mejor decir ,
de la dirección de las notas de ese pentagrama;
así que si la flecha indicaba el punto Este,
el viento amable y cariñoso con los niños y las niñas, 
lanzaba su mensaje en forma de canción:

El circo ya llegó,

tomados de las manos

iremos hasta el circo
cantando mi canción.

Yo soy el viento Este
que desprendió las notas
de la veleta alegre
del viejo torreón.

Pero no habían entrado en la carpa
cuando se produjo un fuerte resonar. 
Todos miraron fijamente a la Veleta del Torreón que se movía impaciente
indicando el punto Oeste. 
Había cambiado tan rápido la partitura, que los niños, asombrados,
no sabían qué era lo que realmente ocurría,
 hasta que desde lo alto llegaron los acordes de otra canción:

Yo soy el viento Oeste,
que quiere ir al circo
a ver a los payasos
cantando y dando  brincos

Todos entraron en la carpa.
Los vientos estaban tranquilos y las niñas y los niños, también.

 La primera escena consistía en que el payaso  Pelirrojo  debía llevar
en el extremo norte de su varita mágica,
la nota DO en Clave de Sol para lanzarla al trapecio. 
Pero, cuando hizo el intento,
la nota se quedó adherida a la varita y no había manera de despegarla.  
Entonces, el viento Este -siempre amable con los niños y las niñas-
dio un profundo resoplido que de inmediato
puso a la nota  (con zapatillas y todo)  en el balancín... 
No sabemos cómo, ni de qué lugar del circo,
un grillo saltó al trapecio con la nota RE.    
 De inmediato, hubo un silencio sepulcral
y la carpa comenzó a moverse fuertemente.  
El viento Este asomó la cara para mirar a la Veleta del Torreón...   
Observó cómo el viento Norte venía cargado de furia
 porque habían omitido su nombre en la lista de invitados a la función.
Las notas que aún no habían actuado,
presas de miedo, no querían salir,
pero vaya magia la del mago Hadabán: con patines, y en su pipa de tabaco,
 llevó en secreto las notas Mi, Fa, Sol, La, Sí;
que en una columna de humo
subieron hasta el trapecio para empezar la función...

Solamente faltaba la Clave de Sol.

Pasaban los minutos y,  nada.
 El pentagrama no estaba completo 
¿Dónde se habría metido la Clave de Sol?   
Los vientos empezaron a preocuparse y salieron a buscarla.    
Ya no estaba en la Veleta del Torreón.
 El viento Norte la llevaba por los aires entonando esta canción:

La Clave de Sol es mía
la bajé del torreón
para entrar con ella al circo
y poder ver la función.

El viento Este y el viento Oeste guardaron silencio...
 Profundo silencio. 

Sentados,
todos esperaban la presencia del viento Norte.
Cuando el viento Norte entró
las notas que estaban en el trapecio comenzaron a cantar:

Se acerca el viento Norte,
la veleta ya cambió
Ahora, digamos todos:
Llegó la Clave de Sol.

El viento Sur que era más sereno y pacífico,
entró detrás del viento Norte para refrescar el ambiente dentro de la carpa,
 pero se ubicó -sin darse por advertido- justo, al lado de un payaso preguntón.

El payaso se acercó lo más que pudo, e interrogó al viento Sur:


-¿Quién marca su ruta en el pueblo? 
 -A lo que el viento Sur contestó:

-La Veleta del Torreón

-¿Por qué la Veleta del Torreón?    -Preguntó el payaso.

-Porque tiene  guardada  -en su flecha- una canción.

-¿De qué canción me habla?

-De la canción de los vientos

-¿Qué dice esa canción?

-No te lo puedo decir,  porque  es un secreto

-¿ Y, por qué es un secreto?

-Porque solamente lo sabe la Bruja de la Veleta.

-¿Y, quién es la Bruja de la Veleta?
-preguntó (intrigado) el payaso.

-Para saber quién es la Bruja de la Veleta
-respondió el viento-
tienes que revisar toda  la obra artesanal de Minutti
 o hacer un largo viaje
a la América del Sur.

-¿Y... Quién es Minutti?    - interrogó el payaso.

-Minutti es un artista mexicano que desde hace años
funde manualmente (en aluminio) pieza por pieza
para moldear -en relieve- cada una de las veletas de su colección.
Y... ¡¡Qué colección...!!  -respondió el viento Sur.

-¡Aaah...!   -Replicó el payaso, interrogando de nuevo:
-¿Qué otros secretos hay entre ustedes y las veletas?

-Bueno,
que ellas conocen desde hace muchíiiiisimo tiempo
“todas las posibles y caprichosas direcciones” que se nos antojan,
y que en la antigüedad
nadie  se hubiese enterado de ésto de no ser por las veletas.

Cuando el payaso consultó su reloj
vio que eran las dos de la madrugada
y que ya la carpa había quedado vacía.   
Estirando los brazos lo más que pudo y dando un laarrrgo bostezo,
se retiró a descansar  
y, el viento Sur,  continuó su  acostumbrado camino
 para recoger, los meses de julio a noviembre,
historias de huracanes, tornados y ciclones
en los mares tropicales de nuestra América. 
                                                              


EL VIAJE DE LOS GRILLOS


Una tarde de mucho sol y calor los grillos salieron de paseo por los rastrojos que bordean el pie de monte de Cerro Grande. Ellos querían pasar la noche bien lejos, en un lugar fresco,  y, olvidarse de una vez por todas, del ruiiiii-ruiiiii-ruiiiii de sus violines. Así que caminaron y caminaron sin descanso por los hilos delgados del atardecer que, como láminas de cobre, se arremolinaban al pie de los árboles.

Al tropezar con un bosque poblado de apamates, Grillo Sabio oteó fijamente el terreno, observó cuidadosamente cada rincón; luego, dirigiéndose a los otros grillos les dijo: “Aquí pasaremos la noche porque este es el mejor sitio para descansar. Desde esos árboles que ven ahí observaremos cómo se columpia el rocío en los granados y cómo acuna la araña el sueño de otros insectos en su colcha de soles.... Además, veremos el lucero del alba antes de que aclare el día”. Dicho ésto, guardó silencio....... largo y profundo silencio....
Como si hubiera enmudecido para siempre.

Esa noche las horas caminaron perezosamente y cuando rompió la mañana, un viento ensordecedor se coló como una tromba por las cortinas silvestres. Entonces, Grillo Sabio -que no se equivocaba- y que todo lo escuchaba con un oído extraordinario, dijo curiosamente:
“ ¿Oyen...?, esa es la sonata de las chicharras. Recojan sus violines y permanezcan callados....totalmente callados!  Que desde este momento en adelante no suene una sola nota de violín trasnochado”. Al escuchar la orden los grillos obedecieron y, de repente, una música que nadie sabe de dónde venía, se ensartó en las ramas de los árboles.....

Era la aurora que comenzaba a cantar:


En las posadas de día
el viento canta sus nanas
y las estrellas se asoman
para mirar la mañana


Los grillos duermen la siesta
sobre una fronda lejana
mientras corren sus cortinas
las ventanillas del alba


Cuando terminó la canción de la aurora todos quedaron boquiabiertos.


El cielo se había llenado de aureolas fosforescentes y acelofanadas. Entonces, los grillos, que eran tan inteligentes como Grillo Sabio,
comprendieron que había llegado la hora de cobijarse en su casita de hojas para esperar un nuevo amanecer al pie de los apamates.


Desde esa mañana todos pasaron muy felices las horas, a pesar del ruiiii-ruiiii-ruiiii de sus violines.



LA GALLINA PINTABLANCA Y EL GALLO MARAÑÓN


 
Desde la puerta del solar de arriba se veía casi todo el corral.

Estaba tan poblado, que parecía una enorme granja con muchas matas y animales. 
A mí no se me quitaban las ganas de trepar por el tronco del naranjo o subirme al rancho de los becerros para mirar desde arriba todo cuánto ocurría.


En el solar había muchos gallos y gallinas. Los gallos eran fogueados peleadores y las gallinas, generosas ponedoras e incubadoras de huevos.


Todos los días Braulio inventariaba la población animal mientras les distribuía agua y comida. Al mismo tiempo, observaba muy de cerca el comportamiento de las cluecas en sus nidos.


Cuando ocurría algún cambio de fase lunar, la observación fechada se registraba en el gran libro que desde mucho antes del 19 de febrero de 1952 marcaba el nacimiento de los primogénitos de la Gallina Negra Aliblanca y el Gallo Marañón, o de la Ñocamalatoba Cubana y el Gallo Piñamadura; o bien, de la Gallina Crestiroja y el Gallo Panquema'o, o de la Amarilla y el Gallo Carcajadas. Cada grupo de vástagos tenía reservado su puesto en algún folio numerado del manual de advenimientos.


Adela Betilde, diligente y bondadosa siempre, se esmeraba porque aquellas generaciones menguanteras o crecienteras se desarrollaran
como lo que realmente eran.


Si los pollos nacían en luna llena, Braulio apuntaba en su control de clasificación: “Nacieron en toda la llena, son crecienteros y menguanteros”. Para él, conocedor de gallos de pelea, los menguanteros eran mejores ejemplares.


El maíz triturado con el que los alimentaba era para los pollos como porciones de jojoto con maní picado; algo así como un trozo de torta de chocolate con almendras y turrón,
para los niños y niñas que leen este cuento.


Cuando la prole crecía...... si el almanaque señalaba día domingo y el reloj marcaba las 10 de la mañana o las 3 de la tarde, allí estaban los gallos en su acostumbrado pasatiempo y, Braulio con los bolsillos llenos como muchacho con canicas nuevas, canturreaba satisfecho:


“Pintablanca y Marañón
volaron hasta la luna
para traer menguanteros,
toditos, de espuela dura”.

El solar era un continuo criadero de pollos. Cada gallina cuidaba sus crías mientras del otro lado, los gallos esponjando las alas y estirando el pescuezo lo más que podían, cantaban con fuerza:

“Quiquiriquí, quiquiriquí,
soy menguantero de gran postín.
Quiquiriquí, quiquiriquí,
a cualquier gallo yo dejo aquí”.


Los años han pasado, ya Braulio no visita las galleras ni se esmera en cuidar picos y espuelas. Sin embargo, él y Adela Betilde son unos encantadores abuelitos que continúan criando gallinas en una hermosa casa de jardines y patios.


Hoy pasé por allá y no quería venirme. ¡Saben por qué? Porque deseaba quedarme escuchando las viejas historias de los años treinta,  que ellos me contaban.

Si algún día van de paseo por ese lugar asómense al solar: Allí verán varios nidos con huevos gordos y rosados que ponen las gallinas que tienen en el corral.
   Ah, ¡pero avísenme para acompañarlos!