domingo, 1 de agosto de 2010

TEMA PARA LAS MAMIS, PAPIS, ABUELAS Y ABUELOS, DOCENTES, TI@S Y OTROS ADULTOS.


LA MAZORCA SOÑADORA
Una experiencia de lectura con los niños y las niñas
Portada del libro.


INÉS DE CUEVAS



Siempre me ha interesado estimular el gusto por la lectura en los niños desde la más tierna edad. Así que, ideé un espacio lúdico en la escuela: lugar para el juego y la literatura en todas sus formas y géneros.

En mis encuentros con los niños fui descubriendo algunas estrategias para que cada libro fuera una experiencia única y, motivara la solicitud de otros textos. Esas experiencias las llevo a los talleres que dicto a los docentes para estimularlos en la elaboración de un espacio dedicado a la lectura en cada una de sus aulas.
Lo más importante en estos procesos de lectura ha sido la promoción del respeto a las interpretaciones de las niñas y los niños respecto a sus propias “lecturas”, que con sinceridad de jueces o árbitros expresan sobre el juego de palabras, ideas, emociones, imágenes, ilustraciones y sentimientos que conforman la literatura. Por eso la lectura fue y así debe seguir siendo, un guiar compartiendo mirando a los ojos de los niños, modulando la voz y haciendo énfasis en los sonidos de cada palabra y en la fuerza vocal y las pausas en los niveles de suspenso y acciones intensas, para luego escucharlos: dejarlos opinar con sus palabras duras o suaves; de complacencia o fastidio.....aburrimiento o silencios. Variables que podrían, o no, indicar fallas del texto leído; inadecuación al desarrollo intelectual del auditorio, falta de concentración, o problemas en la oralidad de la lectura.

Por todas estas posibles dificultades, consideré importante llevar un registro de las opiniones de los niños y niñas; tomando en cuenta sus experiencias de contacto con la literatura, así como sus características personales. Lo que me facilitó una orientación un poco más clara para actuar con mayor seguridad en la selección de los libros de acuerdo a las necesidades de los diferentes grupos .
Uno de esos libros que impactó de diversas maneras a los niños fue La Mazorca soñadora, de María Luisa Lázzaro (Mérida, Escarcha Azul, 1995).

Fue leído o más bien contado (aún inédito) a niños y niñas , pronunciando armoniosamente las palabras por demás poéticas, ya que más que un relato en prosa, es un poema narrativo. Fue leído y comentado con niños de diferentes edades y niveles socioeconómicos y culturales; con niños lectores y no lectores. Luego escuchamos con mucha atención las impresiones de quienes sentían deseos de opinar, así compartimos unas y otras “lecturas” que cada quien con toda libertad expresaba. Mentalmente iba comparando las ideas que venía manejando personalmente acerca del texto.

Como resultado, sin pretensiones eruditas o de análisis literario, se logró entre tantas opiniones, una especie de juicio valorativo, un análisis sincero y respetuoso de la degustación lectora del auditorio infantil para quienes estaba dirigido el texto; al menos esa es la primera impresión que nos muestra La Mazorca soñadora, por sus ilustraciones, su colorido, su formato, su tema de humanización de una mazorca-madre que estimula a sus hijos a crecer soñando, para ello los sensibiliza haciéndoles mirar y escuchar “sintiendo” las maravillas de la naturaleza; para que fueran algo más que alimento físico; tal vez alimento sensitivo, artístico, espiritual, elevado. Es lo que percibimos en la última página: “Y comenzaron a crecer / germinando maná / música celestial / alimento de ángeles / llegando / hasta la galaxia más vital/ del universo”.

Metáfora tal vez de no vegetar, repitiendo los mismos “haceres y seres”, estancados en la procura de la subsistencia física y descuidando las infinitas posibilidades y dones que nos regala la naturaleza, el arte, la música, los sueños y ensueños; en fin, el mirar hacia arriba, con el corazón pleno de la belleza de todo cuanto nos rodea, mirándolo todo en alerta: sin pegar los ojos; aunque también desde la plenitud interior: “Cierren los ojos / sientan la música del universo / los grillos / los pájaros / incansables viajeros del espacio”. la música del universo”.

Bien, después de una opinión afirmativa de los niños y niñas, acerca del gusto por el texto leído, les pregunté ¿porqué les había gustado?

Entre las muchas respuestas -algunas repetidas de las primeras opiniones- que transcribí fielmente con la sinceridad con que se expresaron, fueron las siguientes:

-Porque tiene mucha fantasía

-Porque es bonito

-Porque los granos no querían ser cachapas sino soñar y volar

-Porque me siento feliz

-Porque a mí me gustan mucho las arepas y el mondongo que tenga granos de maíz

-Porque en el negocio de mi tío hacen cachapas y yo las veo y me como una ¡Huummm! rica...

-Porque me da mucha alegría ese cuento

-Porque son unos granitos de maíz muy especiales

-Porque uno se queda pensando... ¿En qué?–le pregunté. -En la noche, en la luna, en las estrellas, en todo eso tan bonito –respondió.

-Porque me gusta cuando los granitos miran al sol y a la luna

-Porque uno se siente contento cuando usted lee

-Porque es muy lindo, a mí me gustó mucho todo eso de la chicha, de las arepas, de la señora mazorca, del camisón que se aflojaba, de los granos que se fueron -Por qué ?–pregunté. -Porque es muy bonito.

-Porque provoca estar allá -¿Dónde? -le pregunté-. -Donde estaba la mazorca con todos los hijitos -respondió.

-Porque a esa mamá le gustaba que los niños soñaran.

La única respuesta provocada por la interrogante sobre: -¿Qué cosa le cambiarían o agregarían al texto leído?, fue la de una niña de siete años:
-Que los granitos no se queden en el cielo, que bajen otra vez y vivan con las matas de mazorca.

Los más pequeñitos (de 3 a 5 años) hicieron comentarios interesantísimos sobre las mazorcas como alimento: asadas, en hervido, etc.

Observé que el interés por la lectura se mantuvo en los diversos grupos de niños, e incluso cuando ellos mismos pedían que fuera leído, de nuevo, como sucedió en una oportunidad cuando de vuelta a uno de los preescolares donde ya lo había leído, apenas entré en el aula, se inició el siguiente diálogo:

-¿Va a leer otra vez el cuento de la mazorca?

-No. ¿Tú quieres que lo lea?

-Sí

-¿Por qué?

-Porque me gusta

Los otros niños corearon la petición: “Que lo lea, que lo lea”. Uno de los niños, de 5 años, con expresión de alegría, miraba a sus compañeritos mientras les decía afirmando con la cabeza:

-¡Otra vez la mazorca!

La inquietud originada por la lectura provocó situaciones agradables en los niños y niñas. Es una lástima que tantas emociones no se puedan recoger en pocas páginas.

En relación a las ilustraciones, las expresiones e interrogantes de los más pequeños al observar los dibujos fueron:

-¿Dónde están lejos las estrellas?

-¿Cuáles son los grillos?

-¿Por qué la luna está llorando... y la flor y el sol...?

-¿Dónde están los otros?

Es sano pensar que las ilustraciones no deben mostrar todo para que los niños puedan imaginar y completar muchas veces las historias o elaborar su propia historia, ajena totalmente a la que propone el texto en cuestión. En nuestros encuentros diarios ellos me han enseñado a respetar sus espacios para la imaginación, y aunque son asombrosamente imaginativos, cuando las ilustraciones describen cada detalle, ellos exigen que sean lo más apegadas a la realidad de la ficción.

Es una pena que en los dibujos correspondientes al fragmento: “Miren las estrellas / que lejos y que cerca brillan” (p.8), los niños no pudieran identificar las estrellas que estaban lejos. Para ellos todas están cerca. Los más chicos tienen muy claro que, lejos no significa pequeño; ni cerca, grande. Para ellos lejos es allá, lejos; y cerca es aquí, cerca.

En los dibujos que corresponden a los fragmentos: “Se / montaron / en el sol” (p.17) y “Se / metieron / en la luna” (p.18), la ilustradora, Anna Liz Montilla, hace una representación gráfica en singular: Solamente un grano se monta en el sol y se mete en la luna. Los niños, como buenos observadores, preguntaron: -¿dónde están los otros? Yo me vi precisada a responderles que estaban escondidos detrás del sol. Otro de los niños adelantó la respuesta completa, señalando que -Los otros están por detrás de la luna.

Ante la pregunta de uno de los niños: -¿Por qué la luna está llorando y la flor y el sol....? (pp.13-14), le respondí que “la luna, la flor, el sol y el búho lloran de emoción porque los granitos que están sobre el mesón se van a convertir en deliciosas tortitas y arepas para todos los niñitos”. Hubo pausas; surgieron muchas ideas que fui canalizando hasta entrar nuevamente en la lectura sin romper abruptamente los comentarios del auditorio. No podía decirle a los niños lo que yo pensaba sobre esas imágenes (que no tienen nada que ver con el texto): para mí esas lágrimas podrían convertir las escenas de rutina en nuestras cocinas venezolanas en un acto doloroso. Podríamos preguntarnos –con justa razón-. ¿Por qué esas lágrimas ante unos granos de maíz tierno que se preparan para transformarse en cachapa, chichas, bollos o arepas? Ese sentimiento de dolor no es de los niños. Ellos lo percibieron con naturalidad cuando se les leyó y cuando vieron las ilustraciones. Y realmente es así. Los granos de maíz en nuestra cocina venezolana no pueden convertirse en otra cosa que no sea en lo que estamos acostumbrados a ver.

Es bien importante tener presente que los textos y las imágenes no son piezas sueltas, son partes de la misma armazón. Ellos deben encajar perfectamente dando vigor a las escenas (fragmentos del texto) para conformar un todo armónico y definido.

Posiblemente la “lectura” que la ilustradora interpretó en esas escenas fue la metáfora de “muerte” de: “Mazorca madre (quien) fue trasladada / al gran mesón de la cocina / Los granos dormidos / fueron preparados / para hacer exquisitas comidas”. Lo que una vez más nos indica que somos los adultos los que conectamos a los niños con esos sentimientos de dolor. Los pequeños lo perciben con naturalidad, con más realidad, tal vez.

Como reflexión podríamos decir que si desconocemos las características del mundo de la infancia en provecho de nuestra estatura de adulto “sabio”, es probable que nos estrellemos como algunas obras recomendadas por críticos, psicólogos y lingüistas, que han quedado frías ante la mirada escrutadora de tantos niños lectores que defienden sus intereses y necesidades. Los niños y niñas son extremadamente sinceros: aceptan o rechazan. Sus decisiones son radicales: gusta o no gusta. De ahí la importancia de interactuar con ellos antes de entregar el libro a una casa editora.

Este texto, La mazorca soñadora, fue manejado por 438 alumnos de preescolar, primera etapa de básica y una sección de cuarto grado. Sus edades oscilaban entre 3 y 10 años.

La citada obra que aún no tenía forma comercial de libro, fue suficientemente solicitada por los niños: los chicos la hicieron suya y querían que estuviera en su escuela para volver a leerla cuando ellos quisieran. Si algún niño manifiesta el deseo de que le lean varias veces el mismo texto, es buen síntoma. Lo que no nos parece bueno es que quienes escogen o adquieren los libros que van a las bibliotecas escolares para el público infantil, no son precisamente los pequeños, sino los adultos. Esta es una triste realidad: el gusto, el agrado o desagrado de los adultos por encima de los gustos de quienes en fin de cuenta son los que van a disfrutar de las lecturas.

La poesía narrativa, dialogada, descriptiva, humorística, disparatada y las rondas o corros, son propias del gusto infantil. Y éste es un poema narrativo; clasificado dentro de la degustación lectora de los niños como inherente a ellos, a través del interés que han ido demostrando por su contenido.

Pienso que si me exigieran un criterio sobre este texto, tendría que examinarlo como obra narrativa, y, además de las opiniones de los niños, sería obligatoria una introspección desde la tectónica hasta la totalidad para llegar a una conclusión -no sobre la degustación lectora del auditorio infantil- sino de observaciones personales sobre el material en estudio.

En este sentido puedo afirmar que tiene concatenación y también lógica: los granitos dormidos que se convierten en arepas, chicha, etc.

Y como los niños ante un poema captan más lo poético: el lenguaje, las imágenes, la sonoridad, que la propia historia; la aventura de los graitos que se montaron en el sol y se metieron en la luna se convierte -para ellos- en un hecho verosímil. Así lo sintieron y así lo expresaron.

Es también un texto con perspectiva; y si se atienden las sugerencias acerca de las ilustraciones, se obtendrá una descripción vigorosa y auténtica de las escenas. Permite –además- un contexto informativo para los niños en cuanto a los usos de la mazorca en la alimentación del hombre y de los animales.

No es un texto moralizador ni didactizante, provoca en los niños emoción y reflexión; es lo que percibimos por sus opiniones poslectura.

Aun cuando este poema narrativo no tiene rima –elemento ideal para lograr el ritmo que tanto agrada a los más pequeños- guarda una armonía o ritmo interior riquísimo, contenido en las frases melódicas que comienzan en el tercer segmento o secuencia. Observé, cuando leía a los niños de preescolar, que era a partir de esos versos que ellos comenzaban a demostrar interés por la lectura.

En cuanto al tema, antes que nada, pensé que este trabajo literario –tiernamente poético y hermoso- en manos de l@s “sabi@s  analistas”, tendría otras connotaciones peyorativas por la aparente mofa a la tradición culinaria venezolana; más, cuando el maíz se ha considerado como alimento sagrado de donde proviene el mito prehispanomericano de que el “hombre fue hecho de maíz”. También por relacionar la metáfora de la Mazorca madre trasladada al gran mesón de la cocina para hacer exquisitas comidas;   con la muerte como sacrificio de una madre que entendía con claridad su destino inevitable: ser comida, alimento físico. Y, habrá quienes lo desechen como lectura infantil porque puede afectar a los chicos esta muerte-sacrificio de una madre. En la práctica de tantos textos parecidos, vemos que los chicos no se conectan con esas lecturas filosóficas existenciales; ellos disfrutan en la comprensión del lenguaje poético narrativo deslindante, de lo que es ficción, fantasía y realidad.

Entre las tantas lecturas o connotaciones de este breve texto poético melodioso a los oídos y con abundantes imágenes sensoriales, podrían extraerse algunos paralelos con una madre que no tuvo oportunidades o no las aprovechó en su momento, para “crecer” y desarrollar un talento artístico o de cualquier otra naturaleza elevada, con una clara conciencia de un destino inevitable relacionado tan solo con el sustento material.
Esta es una madre que decide estimular o sensibilizar a sus hijos para que ellos se eleven.... conecten con otras formas más plenas de realizar la vida. Ella misma, la madre mazorca, iba creciendo junto a sus granitos: “Mientras maduraba / fue hablando / con sus hijos refulgentes / de energía y vida”.

Y en ese rol de sensibilización les invita a observar las maravillas de la naturaleza, los colores y las formas, los sonidos y los ruidos. Como tampoco podemos negar el libre albedrío en los niños, lo que los hace tomar decisiones, erradas o asertivas: no todos los granitos-hijos entendieron la estimulación de la madre. Lo que pudiera interpretarse como un castigo de que fueran convertidos en comida. En el texto se nos dice que “Los granos dormidos fueron preparados para hacer exquisitas comidas”, es decir, más que castigo, hacerlos morir. Esta es una aceptación de las decisiones, madurez y grados de comprensión de los unos y de los otros (aunque éstos sean niños).

Pienso que este libro dará mucho de que hablar o discutir o, encontrar; para bien o para mal. Lo que es bien cierto es que nadie será indiferente ante él, ni lo rechazará por considerarlo aburrido o soso. Y ya eso es bastante para un libro y un autor.

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