domingo, 22 de marzo de 2015

¿ES MI FAMILIA UNA PECERA?




Psic. Milagros Salas González




Hoy en día, cuando escuchamos a los adolescentes hablar sobre su familia, una gran mayoría manifiesta lo siguiente: “Mis padres no me entienden”, “En casa no me toman en cuenta”, “Nadie me escucha”, “Parece que viviera solo”, “No les interesa ni lo que pienso ni lo que siento; solo gritan”. Esto, sin duda, muestra que son parte de una dinámica familiar que carece de una buena comunicación y en la cual el vínculo entre los miembros de la familia se encuentra deteriorado. El adolescente, al no sentirse escuchado ni valorado, tampoco se percibe como parte de la unidad familiar.

Por otro lado, cuando preguntamos a los niños sobre su vida en familia, sus manifestaciones suelen ser más positivas. Pocos son los que expresan: “Papá y mamá siempre están ocupados”; sin embargo, la falta de comunicación y vínculo en el hogar se evidencia en las conductas inadecuadas que los niños presentan: conductas regresivas, llanto, gritos, golpes y rabietas para comunicar y solicitar lo que quieren.

Algunos padres, al escuchar las frases anteriores en sus hijos adolescentes, las atribuyen a la etapa de desarrollo por la que atraviesan, restándole valor al contenido del mensaje expresado.

Con respecto a las respuestas de los niños, a menudo piensan: “Aún son pequeños, no se dan cuenta de las cosas”, y, al observar la conducta inadecuada, probablemente dicen: “Está engreído”, “Es cosa de chicos” o, sencillamente, “Resultó ser un niño problema”. Parece que estos padres no se percatan de que aquellos niños o adolescentes no vinieron al mundo con esas características de descontrol e impulsividad, o sintiéndose “incomprendidos”, sino que aquellas conductas y sentimientos los aprendieron al relacionarse con su entorno, en espacial con su familia, que es el más próximo.

María Fernanda Heredia, en su obra Hay palabras que los peces no entienden[1], nos entrega, con una mezcla de comprensión por el mundo del adolescente y de sentido del humor, la historia de Francisca y Julián, dos adolescentes con un factor en común en su hogar: la soledad. Por un lado, ella se encuentra inmersa en una dinámica familiar intolerante, carente de diálogo, que incluso a veces se torna violenta. Por otro, Julián, quien fue abandonado por su madre cuando niño, hecho que llevó a una profunda depresión a su padre, vive dentro de una dinámica en la cual la interacción y el afecto son casi nulos. Ambos entablarán una amistad y poco a poco irán descubriendo el sentimiento del amor, compartiendo el pensamiento de que sus padres son como “peces dentro de sus peceras”, es decir, indiferentes al mundo exterior, a sus hijos.

Sin duda, es un magnífico libro para compartir con nuestros hijos como fuente de entretenimiento y reflexión. En esta novela, el adolescente no solo encontrará una lectura amena, sino también un “espejo plasmado en tinta y papel”. Por su parte, a los padres les permitirá vislumbrar la perspectiva adolescente, recordando quizá su propia experiencia, lo cual los ayudará a comprender mejor los pensamientos y sentimientos de sus hijos.

Algunas sugerencias a los padres

•Fomente una buena comunicación en el hogar. Ello es fundamental para lograr un ambiente de armonía entre los distintos miembros de la familia, quienes podrán compartir y relacionarse de manera respetuosa y solidaria.

•Mantener una buena comunicación con sus hijos puede ayudar a estos a transitar los procesos de cambio y desarrollo con mayor facilidad. Por ello, es necesario escuchar sus inquietudes, angustias y preocupaciones, para brindarles la protección, el apoyo y la orientación pertinentes.

•Resulta importante conocer profunda e individualmente a los niños y adolescentes del hogar, para lo cual los padres deben poner en práctica la escuchar activa. Así, ellos podrán ver y sentir que sus progenitores son capaces de reconocer sus gustos e intereses, de respetarlos y valorarlos.

•Tenga en cuenta que para los adolescentes la privacidad en sus vidas es fundamental. Por ello, es muy valioso el momento cuando deciden dar a conocer aspectos de “su mundo”. Hay que escucharlos sin censura, alarma o dejadez. Recuerde que ellos ya saben que se equivocaron; por ello, buscan apoyo, comprensión y consejo.

•Promueva la confianza de sus hijos en usted, siendo respetuoso de sus sentimientos y opiniones, aconsejando sin sermonear, utilizando argumentos si fuera necesario.

•Acepte plenamente a sus hijos, aun cuando ellos puedan tener características que no les agrade o no sean las que usted esperaba. En vez de esperar que un hijo sea o se convierta en la imagen ideal que tenemos, resulta fundamental aceptar lo que ellos son. De lo contrario, si las personas más importantes y cercanas en su vida, como son los miembros de su familia, lo tratan con rechazo, ¿qué pueden esperar del resto del mundo?

•Aprovechen el tiempo juntos, que sea una experiencia grata para todos los miembros. Si sus hijos tienen intereses diferentes de los de usted, busque un equilibrio o un acuerdo que les permita compartir una actividad en familia.

•Tenga en cuenta que en todos los aspectos de la formación de los hijos, el modelo parental es la principal fuente de aprendizaje e incorporación de conductas. Por ello, el mejor factor protector de los hijos será la crianza en valores y principios, a través de una buena comunicación que permita enfrentar los problemas de manera directa y abierta, escuchando y valorando todas las opiniones.

Preguntas frecuentes de los padres

•¿En qué aspectos afecta a los hijos el castigo físico?

Muchos creen que la agresión “prepara para la vida y hace más fuertes” a los que la experimentan, pero esto, señores, no es cierto. Por el contrario, una educación basada en el castigo físico causa más problemas que beneficios, pues daña la autoestima de quien la padece, generando sensación de minusvalía, pudiendo afectar los procesos de aprendizaje, pues al excluir el diálogo y la reflexión, dificulta la capacidad para establecer relaciones causales. Asimismo, puede paralizar la iniciativa del niño o el adolescente, bloqueando así su auténtica capacidad para resolver problemas. Además, en lugar de aprender a relacionarse y cooperar con las figuras de autoridad, aprenderá a agachar la cabeza y someterse a las normas o a transgredirlas. Es decir, serán más propensos a convertirse en víctimas o, por el contrario, en agresores, pues podrían optar por una actitud violenta como medio para resolver conflictos.


•¿Cómo puedo lograr una buena comunicación con mi hijo o hija?

Cuando hablamos de una buena comunicación, nos referimos a la expresión clara y directa de lo que pensamos, sentimos y deseamos; así como a la escucha activa de las necesidades de la otra persona. Para lograr una comunicación asertiva dentro del hogar, los padres deben ser el principal ejemplo para sus hijos. Por ello, resulta importante realizar lo siguiente: analizar nuestro propio comportamiento, nuestros pensamientos y emociones, responsabilizándonos de sus consecuencias; dejar de lado “el qué dirán”, así como las afirmaciones radicales como “siempre”, “nunca”, “todo”, “nada”. Al referirse a los comportamientos que deseamos, en vez de juzgar a los chicos, resulta muy útil, por ejemplo, decir: “¿Podrías tener más cuidado con la limpieza de tu cuarto?”, en lugar de: “Eres un cochino, todo lo dejas tirado”. Hable de situaciones recientes, no de los últimos quince años. Trate de comprender al menor, poniéndose en “sus zapatos”. Evoque sus propias experiencias y escuche con atención.



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[1] María Fernanda Heredia. Hay palabras que los peces no entienden. Lima: Alfaguara Juvenil, 2009.