viernes, 20 de febrero de 2009

OTRO CUENTO



LA GALLINA PINTA BLANCA Y EL GALLO MARAÑÓN

Autora: Inés de Cuevas.

Desde la puerta del solar de arriba se veía casi todo el corral. Estaba tan poblado, que parecía una enorme granja con muchas matas y animales.

A mí no se me quitaban las ganas de trepar por el tronco del naranjo o subirme al rancho de los becerros para mirar desde arriba todo cuánto ocurría.

En el solar había muchos gallos y gallinas. Los gallos eran fogueados peleadores y, las gallinas, generosas ponedoras e incubadoras de huevos.

Todos los días Braulio inventariaba la población animal, mientras les distribuía agua y comida. Al mismo tiempo observaba muy de cerca el comportamiento de las cluecas, en sus nidos.

Cuando ocurría algún cambio de fase lunar, la observación fechada se registraba en el gran libro que desde mucho antes del 19 de febrero de 1952, marcaba el nacimiento de los primogénitos de la Gallina Negra Ala Blanca y el Gallo Marañón, o de la Ñoca Malatoba Cubana y el Gallo Piña Madura; o bien, de la Gallina Crestiroja y el Gallo Pan Quema’o, o de la Amarilla y el Gallo Carcajadas. Cada grupo de vástagos tenía reservado su puesto en algún folio numerado del manual de advenimientos.

Adela Betilde, diligente y bondadosa siempre, se esmeraba por que aquellas generaciones menguanteras o crecienteras se desarrollaran como lo que realmente eran.

Si los pollos nacían en luna llena, Braulio apuntaba en su control de clasificación: “Nacieron en toda la llena, son crecienteros y menguanteros”. Para él, conocedor de gallos de pelea, los menguanteros eran mejores ejemplares.

El maíz triturado con el que los alimentaba, era para los pollos como porciones de jojoto con maní picado; algo así como un trozo de torta de chocolate con almendras y turrón.

Cuando la prole crecía...... si el almanaque señalaba día domingo y el reloj marcaba las 10 de la mañana o las 3 de la tarde, allí estaban los gallos en su acostumbrado pasatiempo y, Braulio con los bolsillos llenos como muchacho con canicas nuevas, canturreaba satisfecho:

“Pinta Blanca y Marañón
volaron hasta la luna
para traer menguanteros,
toditos, de espuela dura”.

El solar era un continuo criadero de pollos. Cada gallina cuidaba sus crías, mientras, del otro lado, los gallos esponjando las alas y estirando el pescuezo lo más que podían, cantaban con fuerza:

“Quiquiriquí, quiquiriquí,
soy menguantero de gran postín.

Quiquiriquí, quiquiriquí,
a cualquier gallo yo dejo aquí”.

Los años han pasado, ya Braulio no visita las galleras ni se esmera en cuidar picos y espuelas. Sin embargo, él y Adela Betilde son unos encantadores abuelitos que continúan criando gallinas en una hermosa casita de jardines y patios.

Yo pasé por allá y no quería venirme. ¡Saben por qué? Porque quería quedarme escuchando las viejas historias de los años treinta, narradas por ellos.

Si algún día van de paseo por ese lugar, asómense al solar: Allí verán varios nidos con huevos gordos y rosados que ponen las gallinas que tienen en el corral.
¡Ah! , pero avísenme para acompañarlos.






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