La literatura
infantil, una mirada.
José Gregorio González Márquez
Escribir para niños no es fácil. Adentrarse en su
universo implica conocer a fondo las necesidades de lectura que manejan. No se
trata de proponerle cualquier texto bobalicón ni abusar de su capacidad de
inteligencia para insultarlo subrepticiamente. Los textos deben concebirse
desde el mismo mundo del niño.
Como adultos no podemos imponerles cualquier libro y
así crearles un falso interés por la lectura. La literatura infantil se piensa
en función de la imaginación que tiene todo niño para darles vida a personajes
de la ficción. Un texto para niños posee características específicas que
identifican y valoran los senderos de la actividad lectora. La imaginación y la
fantasía son piedras angulares que sostienen el discurso y lo elevan a la
categoría de prodigio del lenguaje.
Cuando una obra llega a lector infantil ya ha
recorrido diversas etapas que van desde el momento de la escritura, pasando por
su edición hasta llegar al mercado donde será vendido. Sin embargo, tras
superar todos estos pasos, no tenemos noción si es buena o mala. Cuando los
editores publican un libro para niños y no toman en consideración sus intereses
sino la realidad del mercado, se le está engañando y afectando al extremo de
ofrecerle una obra no convalidada para su disfrute y formación. No puede
anteponerse las ganancias generadas por el mercado.
Se hace indispensable respetar a los pequeños lectores
para que el libro cumpla su función primordial. Joel Franz Rossel apunta a
propósito de la literatura infantil que Toda
obra maestra de literatura infantil es el resultado de un descubrimiento, de
una invención, de una revelación, de un compromiso del espíritu del autor
–inevitablemente un adulto– con las esencias y posibilidades de lo humano que
se revelan a través de los niños. Los procesos
creativos asumidos por los adultos se cimientan en las revelaciones que su vida
de relación con la infancia le facilita. Se escribe para un niño capaz de
caracterizar lo que lee, no para un ser que se muestra incapaz de comprender y
disfrutar la lectora.
La literatura infantil fue por años el medio más
adecuado para educar con fines moralizantes, para establecer la hegemonía del
saber y así instrumentalizar una visión parcializada de la realidad. Rosell nos
dice que la literatura infantil ha
debido luchar a lo largo de su historia, de poco más de tres siglos, contra la instrumentalización, contra su
utilización como medio de educación, de armonización social, de transmisión de
una concepción del mundo. Así. la
concepción de escribir para educar permaneció inmersa en el sistema educativo.
Entonces, la obligatoriedad de leer para aprender, para fijar conocimientos,
para imponer una serie de registros axiológicos era de uso corriente.
La visión de una literatura infantil impuesta,
vendedora de valores y supeditada a la supervisión del adulto cambió. Poco
espacio se dejaba a la imaginación y el poder de la fantasía era coartado por normas
impuestas. Gozar una obra literaria representa hoy para el niño, escoger con
libertad y sin imposiciones lo que quiere leer, usufructuar la capacidad para
elegir lo que le maravilla. No significa esto que es el adulto quien elige lo
que el niño va a leer. El adulto quizás pueda sugerir textos pero es el niño
quien tiene la última palabra.
La fantasía es un elemento vinculante entre el paraíso
real del niño y su imagen forjadora de la imaginación. Víctor Montoya sostiene
que una de las constantes del poder
de la fantasía es que los niños, mejor que nadie, gozan con las aventuras de la
imaginación, con esos hechos y personajes que los trasportan hasta la sutil
frontera que separa a la realidad de la fantasía, pues todo lo que es lógico
para el adulto, puede ser fantástico para el niño, y lo que al adulto le sirve
para descansar, al niño le sirve para gozar.