viernes, 12 de julio de 2013

LA RESPONSABILIDAD DE ESCRIBIR PARA UN PÚBLICO TAN EXIGENTE

Estimados lectores:

Desde mi asiento de  docente-escritora  les invito leer  ¿POR QUÉ SE ESCRIBEN LIBROS INFANTILES?  (de Astrid Lindgren) con la pasión que guarda mi caja de experiencias en los recortes de mi propia niñez y la que de la mano de tantos y tantos niños con quienes conviví días enteros  en mi rol de maestra-investigadora que se fue apoyando de las observaciones e interacciones que  me permitieron caminar por los mismos caminos por donde ellos ponen a volar los sueños.

Esa compañía, esa camaradería y confianza fue la que le dio el soplo creativo a mi libro Los viveros literarios. Espacios para la lectura en la escuela, que es una compilación de los momentos más felices de mi vida a su lado. Por eso les amo y, escribo, solamente para que ellos gocen de mis inventos.

¡Qué bien que no estoy sola!

Inés de Cuevas

¿POR QUÉ SE ESCRIBEN LIBROS INFANTILES?

 Astrid Lindgren
Traducción Víctor Montoya

¿Por qué escribes sólo libros infantiles? Ésta es una pregunta que se me hizo muchas veces. La respuesta más simple es decirles la verdad: porque esto es lo único que sé hacer. No tengo la capacidad ni el deseo de escribir para adultos. Lo que la gente parece no entender es que se trata de dos tipos de escritores diferentes; aquellos que escriben para los adultos y aquellos que escriben para los niños. También existen quienes hacen ambas cosas, pero no son tantos como se cree. Pues no siempre un “escritor para adultos”, denominado también “verdadero escritor”, puede escribir, como si fuese poca cosa, buenos libros infantiles, aunque algunos se imaginen esto. Uno que puede, y que también lo hace, es Isaac Bashevis Singer.

Él debió de haber recibido muchas veces la pregunta: ¿Por qué escribe siempre para los niños, Sr. Singer? Y él, en una declaración citada frecuentemente, entre otras en Estocolmo cuando recibió el Premio Nobel, dijo más o menos así: Existen quinientas razones porqué escribo para los niños. Empero, para ahorrar tiempo, citaré sólo la más importante: Los niños leen libros y no reseñas. No les interesa lo que opinan los críticos. Ellos no leen para encontrar su identidad. No les preocupa la psicología. Ellos rechazan la sociología. Ellos no intentan entender a Kafka ni “Finnegans wake”. Ellos creen todavía en Dios, en la familia, en los ángeles, en los demonios, en las brujas, en los gnomos, en la claridad, en las puntuaciones y otras invenciones anticuadas. Ellos aman las historias interesantes, no los comentarios ni las notas al pie de página. Cuando un libro es aburridor, ellos bostezan abiertamente, sin avergonzarse ni preocuparse de las autoridades. Ellos no esperan que su escritor favorito salve a la humanidad. Los niños saben que esto no está en su poder. Sólo los adultos tienen esas “ilusiones infantiles”, asevera Isaac Singer.

Otra pregunta, que a veces se hace, es: ¿Se necesitan libros infantiles?
Algunos, sin duda competentes en otros contextos, han manifestado que no, que no hace falta escribir libros específicamente para los niños, puesto que ellos irán directamente a los clásicos. Sin embargo, quien cree así, es muy probable que hace mucho no ha estado en relación con los niños ni los clásicos para niños.

En nuestro país existen dos o tres niños genios que, sin ningún hábito de lectura previa, pueden asimilar “La isla del tesoro” o “Robinson Crusoe”. Mas los niños normales, para gustar de la lectura, necesitan empezar con otros libros. Y el amor a los libros debe cimentarse temprano, en el mejor de los casos ya con la leche materna. En la actualidad se considera que el niño puede escuchar y disfrutar de las canciones y la música estando en el vientre de la madre, y a las madres se les recomienda cantar para sus hijos aún no nacidos. Entonces, por qué los niños recién nacidos no van a poder escuchar algunas canciones de cuna, como: “Barullo Espectáculo/ Primo Vitamina/ colgado y mecido/ en una cortina”.
Un hábito cariñoso y temprano en el mundo de la palabra y el ritmo, y una armónica continuación por ese camino, es una de las formas más ingeniosas de formar al futuro amante de los libros que, finalmente, con un brinco de alegría se lanzan sobre la literatura para adultos, escrita tanto en prosa como en verso, y, en lugar de “Barullo Espectáculo”, toman otras poesías para su corazón, tal vez: “¿Viste el campo en verano?” u otra lírica igualmente maravillosa.

El concepto de que no hacen falta libros infantiles, es una de esas “ilusiones infantiles” de la cual padecer los adultos, como afirma Isaac Singer. Otra de las preguntas que un escritor de libros infantiles escucha es ésta, la más común de todas: ¿Qué se exige de un buen libro infantil? ¿Cómo debe ser? Empero, que yo sepa, nadie pregunta: ¿Cómo deber ser una buena novela? ¿Cómo debe ser una buena lírica? Los novelistas y poetas escriben lo que les dicta el corazón, sin seguir instrucciones previas. Cómo debe ser un libro infantil, sin embargo, es algo que se quiere saber a como dé lugar y obtener una respuesta. Yo no puedo plantearme ninguna otra respuesta que ésta:¡  El libro infantil debe ser bueno!
Si así lo fuere, entonces se nota, y no porque el escritor haya tratado de seguir una receta durante la elaboración de los buenos libros infantiles. La receta existe, pero si el escritor aguijonea insistentemente con el dedo para sentir de dónde soplan los vientos de la crítica, logrará escribir libros intrascendentes y malos, que nada tienen que ver con el arte. Además, corre el riesgo de que la crítica cambie antes de que el libro alcance a salir de la imprenta; pues tan pronto como cambie la crítica, cambiará también la receta.
Hace un par de años atrás no era bueno, aparte de imperdonable, suministrar a los niños cuentos de fantasías falaces, ya que los libros infantiles tenían que haber sido reales: el niño no podía volar a un mundo de fantasías. Ellos tenían que permanecer en esta tierra y debían, desde el comienzo, ser conscientes de lo trágico que era todo, por cuanto la sagrada tarea del escritor era: concienciar a los niños sobre lo que les esperaba en esta infame vida terrenal. Se afirmaba que si se les advertía a tiempo sobre lo difícil que era ser humano, entonces los niños estarían mejor preparados, y tendrían más fuerzas para enfrentarse a las pruebas de la vida. Yo he creído, en cambio, que esto ocurre siempre a la inversa. Que si se tiene algo de confianza en sí mismo, y un poco de seguridad desde el principio, después es más fácil superar las dificultades a medida que éstas se presentan.

Tove Jansson ha dicho inteligentemente: “No creo que los libros infantiles, cuanto antes mejor, tengan que advertir, informar y revelar nuestra sociedad y nuestros fracasos. Existe un periodo inicial en la vida  que no requiere ser contaminada de temor y responsabilidad. Es importante de qué manera se despierta, cómo se emprende el largo día. Muestra infancia es, justamente, nuestro mañana”.

Claro que se desea que los niños puedan tener el mañana de la vida más o menos en paz, entre tantos tropezones bruscos. Se desea también que los escritores de libros infantiles puedan estar más o menos en paz en el instante de escribir, y no a ratos -para ser justa- estar obligado a “concienciar”, y a ratos machucarse escribiendo cuentos, desde en la mañana hasta en la tarde, por el simple hecho de que el cuento haya resultado ser popular, aceptable y ¡hasta necesario para los niños!
Pienso que los niños, al igual que los adultos, tienen derecho a escritores de creación libre y a toda clase de libros. Hay que darles esos que Singer denomina “interesting stories”, pero también esos que despiertan su conciencia social y compasión por el prójimo, esos que les proporcionan conocimientos sobre un mundo fantástico y esos que los transportan al mundo maravilloso de la fantasía; darles risas y lágrimas, alegría y tristeza, suspenso y aventura; darles toda clase de libros. No sólo esos para los cuales el escritor inquieto ha consultado a la crítica imperante, antes de asentar el lápiz sobre el papel. Basta con que el escritor consulte al niño que lleva adentro. El niño sabe muy bien lo que busca en sus libros.
Existen más “ilusiones infantiles” en los libros que analizan premeditadamente los lectores adultos, que cuando el niño coge un libro, lee y goza, sin analizarlo pormenorizadamente. El lector adulto, en cambio, procura siempre hacer una lista de lo que el autor quiso decir con esto o aquello, ¿o por qué no lo diría a la inversa?, ¿o por qué no escribió otro libro diferente?

SEGUNDA  PARTE

¡Cuántas interpretaciones raras, por ejemplo, sobre “Pippi Calzaslargas” he recibido a lo largo de estos años! Una dama, en Alemania, pensó escribir un ensayo sobre Pippi, pero antes de ponerse manos a la obra, me escribió y explicó, de principio a fin, qué es lo que había querido decir con el libro. Ella había entendido, me escribió, que yo quise decir esto y aquello, y quiso que tuviera la amabilidad de enviarle unos renglones para confirmar sus teorías. Le contesté que, en realidad, no quise decir nada con el libro, puesto que lo escribí sólo para divertirme un poco y que, dada la casualidad, resultó como resultó. Después de un tiempo, recibí una nueva carta en la cual decía: “Yo escribí, no obstante, que usted quiso decir lo que está puntualizado en mi análisis; de lo contrario, no sería ningún ensayo”.

Para los adultos es importante que sea un ensayo y no una simple lectura emotiva, con la cual los niños normales están conformes. Por otra parte, los lectores adultos encuentran en todas partes motivos escondidos y expositivos, que sorprenden al escritor cuando se lo plantean. Un periodista me miró con viva atención cuando hubo leído “Ronja, la hija del bandolero”, y preguntó: ¿Sabías que es un libro religioso el que escribiste?, pues el libro trata sobre dos clanes de bandoleros forajidos en un bosque salvaje. Entonces yo, sorprendida, le dije: “¿Religioso? ¿Cómo así?
Claro, dijo, los bandoleros de Mattis eran doce y, ahora, piensa cuántos discípulos tenía Cristo. ¡También doce! Además, el castillo de Mattis se partió por la mitad la noche en que nació Ronja, exactamente como el perdón de Jesús resquebrajó el templo de Jerusalén, cuando en la séptima hora éste expiró en la cruz. Mas el periodista se puso triste al escuchar mi propia versión, exenta de fantasía: Que los doce no eran apóstoles extraviados en el bosque, sino sólo una congregación de bandoleros furibundos. También fue difícil para él no coincidir en que el bosque de Mattis, en realidad, era sólo un símbolo de la vida misma de las personas y no un bosque propiamente dicho.

“Kalsson en el techo”, el otro año, también fue motivo de análisis, incluso de una tesis doctoral. El postulante al grado investigó sobre el complejo de Ícaro en la literatura sueca, y luego de un amplio estudio, llegó a la conclusión de que nadie trató el complejo de Ícaro peor que yo. Por supuesto, Kalsson, “un muchacho simpático, listo y algo regordete, en sus mejores años”, con hélice en la espalda, vuela por encima de los techos en Vasagatan, como un Ícaro gordinflón. ¡Hasta aquí estoy de acuerdo con el investigador! Pero después supe que lo que caracteriza a una persona con el complejo de Ícaro es, sobre todo, el deseo de volar; es más, su tendencia a la piromanía. Y lo más decisivo para el golpe final: ¡La habilidad de orinarse en la cama! ¡Absurdo de absurdos! Yo terminé con esto hace ya 75 años, de modo que a estas alturas debería de haber estado prescrito el caso.

En los círculos radicales, el pobre “Miguel, el travieso” ha sido también severamente criticado, y no porque la iza a su hermanita en el mástil, sino porque es un detestable capitalista agrario. Yo no sé qué es lo que hace de él un capitalista agrario; en todo caso, deber ser el hecho de que un día de verano está parado como tranquero en las afueras de Katthult, donde gana cinco coronas por abrir la tranca a los carruajes campesinos. Así, según la crítica, no se puede ser capitalista astuto en los libros infantiles.

No le fue mejor a Pippi. Ella fue bien recibida por primera vez cuando se mostró como “revolucionaria en la cámara de los niños”. Pero después, según el calificativo de los radicales, Pippi no era más que una viuda capitalista, que derrochaba las monedas de oro de una fortuna reprochable.

Hay muchas cosas que no se pueden decir ni hacer en los libros infantiles. Esto se nota incluso cuando son traducidos a otros idiomas, ya que se enfrentan a varios tabúes y rarezas, que jamás les afecta a quienes escriben para adultos. Sin embargo, mientras no se madure como escritor en el oficio, no se protesta, sino que se acepta bastante, con la alegría de que el libro será editado para un público nuevo.
Así de complaciente fui hace tiempo, cuando “Pippi Calzaslargas” iba a ser publicado en Francia. El editor me refirió que era imposible que Pippi pudiera levantar un enorme caballo, y que le parecía más razonable un poney, pero no más. Es posible, escribió él, que se le pueda inculcar a un niño sueco tal absurdo, como eso de que una niña pequeña puede levantar un caballo. A lo mejor esto se debía, pensó él, a que Suecia no había participado en ninguna guerra y que, por lo tanto, los niños eran más ingenuos. Los niños franceses, en cambio, eran excesivamente realistas para tragarse semejante bobada. Y, por esos mismo, Fifi Brindacier alza sólo un pequeño poney, para corresponder mejor al realismo de los niños franceses. Y yo no protesté. Me limité a solicitar al editor que me enviara una fotografía de un niño realista francés, levantando un poney y en un solo brazo. El muchacho, de ser así, tenía el porvenir asegurado como levantador de pesas.

Uno se pregunta, a veces, si el editor sabe tan poco sobre los niños, sean suecos, franceses o de otras partes. No obstante, ni bien uno ha adquirido mayor seguridad en sí mismo, se aprende a protestar. Cuando “Kalsson en el techo”, aproximadamente treinta años después de Pippi, sería publicado en Francia, el editor me hizo saber, más de soslayo, que se suprimirían párrafos íntegros, porque de lo contrario, la cantidad de páginas excedería a la de la serie para la cual estaba planeado, suponiendo que yo no tendría nada en contra, ¿supuso él? Yo le contesté que en esa suposición estaba equivocado y le pedí anular el contrato.
Si bien es cierto que las hermanastras odiosas de “Cenicienta” se cortaron los dedos y los talones para que sus pies cupieran en los zapatos, es cierto también que no se puede hacer lo mismo con los libros. Aquí el zapato debe calzar  al pie, el formato debe concordar con la extensión del manuscrito, sino no se publica el libro. El editor admitió que quizá tenía razón y publicó Kalsson sin acortarlo, aunque quedó sorprendido por su propia tolerancia. Si se hubiese tratado de un libro para adultos, ni siquiera se hubiese planteado la posibilidad de mutilarlo. Mas como se trataba sólo de un libro infantil, no entendía ¿el porqué yo peleaba tanto?

Los diferentes países tienen tolerancias diferentes. Si los niños franceses no conciben que Pippi levante un caballo, los niños americanos (léase: norteamericanos) no admiten que un viejo se largue un pedo, como lo hace Skalle-Per una vez que Ronja, la hija del bandolero, retorna a casa y es superada la profunda tristeza que reinaba en el castillo de Mattis. Desde luego, lo que Skalle-Per hace a su avanzada edad, con un salto de alegría, provoca un ruidito natural que hace estallar en una estremecedora carcajada a los bandoleros. En realidad, ellos se ríen sólo porque, tras mucho tiempo de silencio, está permitido y pueden reírse en el castillo de Mattis, y Skalle-Per les permite, con una simple broma, romper en una risa prolongada. Pero los niños americanos, al leer el libro, llegan a pensar que los bandoleros se divierten de una manera anormal, ya que se ríen desenfrenadamente por el simple hecho de que a Skalle-Per se le ocurre eructar un poco, que es lo que éste hace en la edición americana.

Supongo que los niños americanos, al igual que los demás niños, son mocosos de cuando encuando. Pero la palabra “mocosa”, en el mejor de los casos, no se menciona en los libros destinados a ellos, aunque ahora, quizá, sea un poco diferente. Pues cuando “Madita” iba a ser publicado en América, hace veinte años atrás, tuvo que ser suprimido todo un capítulo a causa de una réplica inadecuada sobre mocos. Elisabeth, la hermana menor de Madita, yendo al médico para extraerse una arveja atascada en su nariz, hace una pausa en el jardín de Linus-Ida, donde se encuentra con Mattis, una terrible niña de su misma edad. Mattis se jacta de tener una cicatriz en el estómago después de una operación de apéndice, y Elisabeth procura hacerla callar arguyendo que ella tiene una arveja en la nariz: “Cállate, tú no tienes”. Pero las arvejas no le impresionan a Mattis, ésas con las cuales ella puede llenarse la nariz. Luego afirma: ¿Y qué de especial hay en eso? Entonces, Elisabeth le lanza su imperdonable réplica: “Tú no puedes llenarte la nariz con arvejas, porque ya está llena de moco, ¡mocosa!”. Otro ejemplo de la intolerancia americana respecto a los libros infantiles. Yo escribí sobre una niña de tres años, “Lotta en Bråkmakargatan”, la misma ingenua que escuchó decir que todo crece mejor si recibe lluvia y boñiga en ingentes cantidades. De manera que Lotta, quien desea crecer para ser tan grande como sus hermanos, sale un día lluvioso y se me mete en un montón de boñiga. ¡Lluvia y boñiga es lo único que hace falta para crecer!

Cuando recibí la corrección de pruebas de la traducción americana, allí se puso que Lotta fue y se acomodó encina de “rotten leaves” (hojas putrefactas). Así que yo, pensando que esto era algo aberrante, les escribí y pregunté si acaso los niños americanos, en realidad, no sabían que no existe nada que haga crecer mejor que las hojas putrefactas.

Con todo, no quise ser demasiado intolerante para la agricultura americana, pero recobré mi montón de boñiga, que a veces ayuda a advertir. Y, en nombre de la justicia, se debe manifestar que la libertad de expresión en los libros infantiles, tanto suecos como extranjeros, ha aumentado considerablemente en los últimos decenios. En la actualidad se pueden escribir muchos libros que, en las décadas del 40 y 50, hubiesen hecho jadear a cualquier institución normativa de libros infantiles.

¿Por qué se escriben libros infantiles? Una mejor pregunta sería: ¿Para quién se escriben libros infantiles? No es para los críticos, editores, profesores, bibliotecarios, literatos, ensayistas y otros analíticos e impresores, aunque a veces se tenga esta impresión. Ahora bien, a muchos de los arriba mencionados, la literatura infantil les debe su agradecimiento, puesto que con su ferviente entusiasmo han concedido a la literatura infantil su imprescindible apoyo y han procurado elevar su estatus. Pero si, aparte de estos entusiastas, no hubiera ningún otro que lee libros, al menos yo dejaría de escribir no el próximo año, ni el próximo mes, ni la próxima semana, sino ¡ahora mismo! Mas gracias a que existe otro círculo de lectores, el más adecuado, el maravilloso, los invalorables entusiastas, ¡los niños! Quienes de buena voluntad toman las palabras sencillas del libro y crean con su fantasía un secreto jardín, donde ellos intiman de manera libre y feliz con sus amigos imaginarios, como si fuesen de carne y hueso.
El jardín de recreo está fuera del alcance de los adultos, pues ninguno de ellos, ni siquiera el escritor, tiene la llave para ingresar en él. Ellos la tuvieron alguna vez cuando eran niños, pero luego la perdieron. ¡Cómo pudo ocurrir!


Fuente: http://latintainvisible.wordpress.com/2013/01/07/por-que-se-escriben-libros-infantiles/


Isaac Bashevis Singers nació en Polonia en 1904 y emigró a Estados Unidos en 1935, donde se nacionalizó en 1943. Su obra narrativa, escrita en yiddish, lo hizo merecedor en 1978 del Premio Nóbel. Su bibliografía incluye títulos como Satán en Goray (1935), La familia Moskat (1950), El mago de Lublin(1960), El esclavo(1962) y Shosha(1978). Para los lectores infantiles y juveniles publicóCuando Schlemel fue a Varsovia y otros cuentosCuentos judíos de la aldea de Chelm, entre otras obras. Murió en Miami, en 1991.